La maternidad será deseada, pero no será
Tener hijxs no es solo querer. Es poder. Y eso hoy es un privilegio. Mi humilde opinión sobre el tema de moda y las preguntas que no nos estamos haciendo.
La tasa de natalidad en Argentina está a la baja, un dato que es hoy motivo de debate y de nuevos ataques al feminismo, que parece siempre tener la culpa de todos los males del mundo. Los datos son contundentes; según una encuesta de la consultora Voices y WIN realizada el año pasado, el 47% de las mujeres de entre 18 y 24 años no quieren ser madres. Además, la Dirección Nacional de Población afirma que el segmento de 30 a 34 años es el que concentra hoy la mayor cantidad de nacimientos. En 2001, eran las de 25 a 29.
Más que criticar a las mujeres milennials y centennials que no tienen hijos, el planteo que debemos hacernos como sociedad es si lo que motiva a una mujer a elegir no ser madre es el deseo genuino de elegir otro proyecto de vida o si nuestra libertad de decidir se está viendo coartada por otros factores. Las feministas decimos que la maternidad será deseada o no será, pero ¿es el deseo lo que nos mueve? ¿Sólo con desear alcanza?
Nadie se animaría jamás a cuestionar que no basta solo con desear ser madre para poder serlo desde la perspectiva biológica. Pero si bien cualquier persona con útero puede quedar embarazada si está en edad fértil y su cuerpo funciona con normalidad, maternar no es el acto de concebir, gestar y parir. Traer a una persona al mundo conlleva la responsabilidad de acompañarla el resto de su vida.
Basta de romantizar en exceso la maternidad. Los padres tienen la obligación legal de mantener a sus hijos por lo menos hasta los veintiún años. Esos niños son sujetos de derechos y asegurar su cumplimiento requiere de recursos económicos. Según el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC), en abril de este año la canasta básica para mantener a un hijo menor a un año costaba más de 400 mil pesos. Este número va en ascenso según la edad del chico y para los niños entre seis y doce años supera la barrera de los quinientos. Mientras tanto, el salario mínimo, vital y móvil será en junio de 308 mil pesos.
Cabe aclarar que esta canasta no contempla, por ejemplo, el costo de una prepaga o la cuota de un colegio privado, servicios que cuestan lo mismo que la canasta en sí. En un país con un sistema de salud pública cada vez más deteriorado por el abandono por parte del Estado, que hoy busca vaciar el hospital de niños más importante de la Argentina, disponer de una cobertura médica privada es lo que termina salvándoles la vida a muchos niños. En el caso de la educación, poder pagar un colegio privado se relaciona también con otro derecho que todos los habitantes de este país tenemos y es la libertad de culto, que incluye tener la posibilidad de educar a tus hijos bajo tus valores y tu religión.
Criar es caro. Muy caro. En un país donde los jóvenes tardan cada vez más en poder independizarse, donde la casa propia es una utopía y hay que hacer malabares para mantenerse a uno mismo y pagar el alquiler de un monoambiente que ni tiene balcón, ¿cómo podemos siquiera plantearnos tener hijos?
Culpabilizar al feminismo por este fenómeno es misógino, ridículo, simplista y carente de fundamentos lógicos. Sin embargo, lo que sí han permitido siglos de lucha es darnos a las mujeres una mayor posibilidad de trabajar fuera de nuestras casas. A pesar de esto, aún queda mucho por hacer para alcanzar la igualdad entre madres y padres en el ámbito laboral. Cuando el nene se enferma, cuando tiene un acto en la escuela o una reunión de padres, las que se piden el día en el trabajo, pierden el presentismo y se arriesgan a tener problemas con sus jefes son las madres; así como también son ellas quienes usualmente conforman los grupos de Whatsapp de la escuela, las que ayudan a sus hijos con la tarea o lo llevan y traen de sus actividades extracurriculares.
La lista de casos de mujeres que se han visto obligadas a dejar en segundo plano sus aspiraciones profesionales para poder ocuparse de sus hijos es eterna. Mujeres que lamentan la carrera que podrían haber hecho si no quedaban embarazadas. Mujeres que rechazan ascensos a puestos jerárquicos porque les implicarían viajar o pasar más tiempo fuera de sus casas. Mujeres que aceptan trabajos que no les gustan, que no tienen que ver con lo que estudiaron o que ni siquiera pudieron terminar una carrera por tener que priorizar cuidar de sus hijos. Detrás de la naturalización y romantización de la abnegación en nombre de la maternidad está, por supuesto, la mano invisible del patriarcado.
Los datos lo comprueban; según el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPECC), solo un 63% de las madres forma parte del mercado laboral. Un 30% menos que los padres de sus hijos. Esto se refleja en la feminización de la pobreza: el 40% de las madres de la Argentina son pobres.
Poder maternar y desarrollarse profesionalmente a la vez requiere de que la responsabilidad entre la madre y el padre sea compartida y/o de disponer de un sistema de contención familiar, el famoso concepto de “criar en tribu”, porque para que la mujer pueda dejar de lado por un rato el trabajo de cuidar a su hijo para realizar otro, tiene que haber alguien que lo ejerza en su lugar. Cuando no hay un padre ni una abuela ni un tío y no existen tampoco los recursos económicos para pagarle a una niñera, a la madre no le queda otra que abandonar sus aspiraciones profesionales.
Precisamente por esa razón, otro de los grandes motivos por los que las mujeres no tienen hijos es porque no encuentran con quién. Quieren estar en pareja varios años para conocer lo máximo posible a esa persona. Le temen a terminar separándose con un niño de por medio porque saben que la mayor parte de la responsabilidad va a caer sobre ellas, porque el 86% de los hogares monoparentales de la Argentina son liderados por una mujer y cuatro de cada diez mujeres que no conviven con el padre de sus hijos no reciben cuota alimentaria.
Con la sanción de la Ley 26.862 en 2013, que incluye a los tratamientos de reproducción asistida dentro del Plan Médico Obligatorio y establece el deber del Estado, las obras sociales y prepagas de cubrir hasta cuatro intentos de baja complejidad y tres de alta, pareciera que maternar sola es una elección válida y posible cuando no se encuentra al compañero adecuado. Sin embargo, es en estos casos donde los dos puntos sobre los que sustento mi postura se entrelazan. La mayoría de las mujeres no quiere tener hijos con un hombre que las vaya a dejar tiradas, pero tampoco puede permitirse maternar sola por elección porque no tiene los recursos económicos ni el sistema de contención necesario para hacerlo.
Retomo entonces la consigna feminista “La maternidad será deseada o no será” para recordar que nuestra militancia busca lograr que tengamos el poder de tomar decisiones sobre nuestras vidas. Que podamos elegir no ser madres, si, pero que también podamos elegir serlo. Ninguna decisión puede llamarse como tal si no es genuina. Si no tenemos libertad de que lo que nos mueva a decidir si ser o no ser madres sea nuestro más puro deseo y no un contexto social, económico y político que es más difícil para nosotras que para los hombres y por ende nos limita, entonces continúa siendo el sistema quien decide por nosotras no solo por “sí”, sino también por “no”.