¿Cómo mandar a alguien a la mierda y no morir en el intento?: La tercera temporada de The Sex Lives of College Girls
Un análisis de como logró la serie dejar ir al personaje que la hizo famosa y construir narrativas interesantes para las protagonistas que quedaron y las que acaban de llegar.
Cualquier actor o actriz te va a decir que una de las principales diferencias entre actuar en teatro o frente a cámara es el público. En teatro, tanto quienes actúan en la obra como quienes están dentro del equipo detrás de escena que la hace posible tienen el feedback en vivo del público. Pueden darse cuenta, a través de sus reacciones o la ausencia de ellas, si la obra está gustando o no. De hecho, las producciones de Broadway tienen una instancia de previews antes de estrenarse oficialmente, una serie de funciones donde prueban cómo se desenvuelve la obra en vivo y que les sirve para hacer ajustes antes de abrir el telón ante la crítica.
En cambio, en el cine o la televisión no existe esa instancia. A excepción de los programas con audiencia en vivo, claro está, aunque es debatible si prenderle un cartel luminoso que diga “risas” al público cada vez que alguien tira un chiste es compatible con querer ver la verdadera opinión de los espectadores. La película se graba, se edita, sale y el público la ve sin que quienes la hicieron puedan ver su reacción. Para cuando empiezan a salir las primeras críticas o los primeros comentarios en redes sociales, ya es tarde. No se puede modificar ese contenido.
Sin embargo, las series que tienen más de una temporada sí son permeables a cambios y ese es el desafío. ¿Cómo mantenemos enganchado y contento al público con la trama? ¿Qué pasa si las decisiones que yo como guionista tomo para mis personajes y mi historia no les gustan? Y el reto con el que comienza la tercera temporada de The Sex Lives of College Girls: ¿Cómo escribo la salida del personaje que hizo a mi serie famosa de manera que sea coherente con su arco y deje contento a un público que no quiere que ese personaje se vaya?
Sex Lives cuenta la historia de cuatro chicas muy diferentes entre sí que son juntadas como compañeras de cuarto en su primer año de facultad. Todas son reversiones de estereotipos comunes en las ficciones estadounidenses (a partir de acá arrancan los spoilers).
En una esquina del cuadrilátero está Leighton Murray (Renée Rapp): la rubia mala, la queen bee neoyorkina que se cree que la tiene re clara, tiene mucha plata y el autoestima, pareciera, por el cielo. Pero también es lesbiana y mantiene su sexualidad oculta porque choca con todo lo que creía saber de ella misma y porque sabe, acertadamente, que el mundo la va a ver de una forma diferente si deja salir esa parte suya a la luz.
En otra esquina tenemos a Kimberly Finkle (Pauline Chalamet -si, la hermana de Timothée-), la girl next door, la nerd que era el pez grande de su pueblo pero rápidamente aprende que, en un Essex College donde la mayoría de los alumnos tiene un poder adquisitivo mayor que el de su familia, es en realidad un pez bastante mediocre. Es rara y tiene pocas habilidades sociales pero, de alguna forma, termina levantándose a los pibes más lindos del campus, incluido el hermano hot de Leighton.
Le sigue Whitney Chase (Alyah Chanelle Scott): la estrella del equipo de fútbol femenino de la facultad. Es el estereotipo de atleta sin cerebro, de alguien a quien lo único que le importa y en lo que es buena en esta vida es el deporte. Ella también oculta cosas, como una relación sexoafectiva bastante tóxica con su entrenador casado y vínculos conflictivos con sus padres: una reconocida y exigente senadora y un músico impredescible y fantasma.
Última en la lista pero no menos importante: Bela Maholtra (Amrit Kaur), el indiscutible self-insert de Mindy Kaling, la creadora de la serie. Bela es de ascendencia india. Sus padres, como típicos padres asiáticos, quieren que sea médica y que tenga un novio respetable. Pero Bela quiere ser comediante y cojerse a todo pibe lindo que se le cruce por el camino.
Volviendo al público, la mayoría empezó a ver la serie por Renée, la única de las cuatro actrices protagonistas que ya venía teniendo una carrera reconocida en el mundo del espectáculo. Renée ganó a sus 18 años el Jimmy Award: un premio que reconoce a los mejores talentos de teatro musical de las secundarias estadounidenses y que la llevó por primera vez al ojo público. Su impresionante voz le consiguió el papel de Regina George en el musical de Mean Girls, en el que brilló a tal punto que mucha gente la asocia más a ella con el rol que a Taylor Louderman, la actriz que lo originó. Luego de que el musical cerrara por la pandemia en marzo de 2020, se anunció que interpretaría a Leighton en Sex Lives y todo el mundo quiso ver la serie en cuestión.
Pero Renée, en paralelo a su carrera actoral, es cantante. Luego de sacar su primer álbum, Snow Angel, en 2023, anunció que dejaría la serie en la tercera temporada para dedicarse tiempo completo a la música. Decisión compleja pero con sentido, porque la venía pegando fuerte como una de las principales popstars en ascenso y un ícono queer de la generación Z.
Renée en Coachella 2024
Volvemos a la pregunta inicial de esta nota: el desafío de escribir la salida de un personaje de una serie ante la renuncia de su actor o actriz. ¿Lo matamos? No parecía lógico ni para el arco de personaje de Leighton ni como decisión en una serie que, si bien aborda temas serios, lo hace con mucho humor y un estilo poco dramático. ¿Cómo encontramos una justificación para su salida que tenga sentido y más o menos contente al público? La respuesta elegida, en este caso, fue correcta.
En la segunda temporada, la trama de Leighton había tenido dos ejes. El primero fue su salida del clóset ante sus amigas, su familia y el entorno de la universidad. Leighton comenzó a explorar su sexualidad con libertad y estuvo con María y María santísima hasta terminar donde todo comenzó. Su primera novia, Alicia, la había dejado en la primera temporada porque estaban en distintas instancias de su camino con su identidad sexual. Alicia no solo era públicamente lesbiana sino que politizaba su lesbianismo como militante feminista y a favor de los derechos LGBT+. Su decisión de terminar la relación generó una gran polémica entre el público, pero tenía razón. Hay verdades que son dolorosas de escuchar, pero cada quien tiene su propio camino con respecto a su sexualidad y está perfecto que no quieras bancarte que tu pareja no te presente a nadie de su entorno y te haga borrar fotos en redes sociales para “no levantar sospechas” de que están juntas. El proceso de aceptar tu sexualidad requiere de apoyo, sí, pero en el fondo es tuyo y solo tuyo y tenés que entender que haya gente que no quiera revivir con vos una experiencia que ya atravesó y que le fue traumática.
En fin, que todo termina bien, vuelven a estar juntas y Alicia fue clave en que Leighton tenga un final feliz y, sobretodo, lógico. Un factor clave para que la salida saliera bien fue que Renée aceptó aparecer en los primeros capítulos. A comienzos de la temporada, Alicia le dice a Leighton que le surgió la oportunidad laboral de su vida en Boston y que va a dejar la facultad para irse allá. Leighton entra en crisis y, en medio de esa crisis, a ella misma le surge una oportunidad de esas que te cambian la vida. Acá entra en juego el segundo eje del arco de personaje de Leighton. Porque será rubia, se vestirá preppy y tendrá guita, pero no es ninguna tonta. Es la Elle Woods de la matemática. Tiene una facilidad increíble para la ciencia de los números, pero esta carrera no tiene un buen nivel en Essex. Luego de que una de las clases avanzadas a las que se había anotado este semestre se cerrara por falta de alumnos, su profesor le consigue un cupo en el MIT (Massachussets Institute of Technology), una de las mejores universidades del país y el lugar indicado para cualquiera que quiera dedicarse a los números.
Leighton se va con Alicia, las chicas lloran en una despedida emotiva y a otra cosa. Quizás a Renée, que tiene una canción que se llama I Hate Boston, puede que no la haya dejado contenta este final para su personaje, pero una tal Shonda Rhimes debería aprender de la despedida de Leighton para no volver a escribir salidas de personajes que poco tienen que ver con su desarrollo y evolución a lo largo de la serie (ejem, Alex Karev, ejem)
¿Y ahora? ¿Cómo seguimos? ¿Cómo reemplazamos el rol de Leighton en la serie?
La estrategia fue brillante. El equipo de la serie entendió que Leighton y Renée eran irremplazables para el público, así que desdoblaron al personaje en dos nuevas estudiantes de Essex: Kasey y Taylor.
Kasey (Gracie Lawrence) es quien ocupa la cama de Leighton en el cuarto. Todo en su vida es rosa, le encanta la moda y sentirse linda y se sobreentiende que su familia tiene un buen pasar económico. Además, se tomó la gran decisión de hacer lo que no se había hecho con Renée: aprovechar la gran voz de la actriz para que el arte forme parte de la trama de su personaje. Kasey se convierte en una theatre kid hecha y derecha y hace lo que toda theatre kid a la que le gusten los hombres alguna vez quiso: se chapa al tenor paki y hegemónico.
En una serie que literalmente lleva la palabra sexo en el título y que muestra a un grupo de mujeres muy liberales que tienen mucho sexo, la inclusión de un personaje que voluntariamente es virgen es importante para mostrar que la libertad sexual también es tener la posibilidad de elegir no tener relaciones y elegir cómo, cuándo y con quién tenerlas. Kasey es la representante de todos aquellos que no conciben el sexo fuera de un contexto romántico. En ningún momento se habla de que pueda ser demisexual, pero podría ser un punto a explorar y del que hablar en la próxima temporada teniendo en cuenta la poca o nula representación que hay en la industria de este tipo de identidades.
Su virginidad es un componente esencial de su personaje, lo cual permite pensar que Kasey también viene a reemplazar a quien era Kimberly a comienzos de la serie: una chica inocente, buena y con nula experiencia sexual que terminó convirtiéndose en esta tercera temporada en toda una militante política con un carácter muy fuerte.
Por su parte, Taylor es inglesa y vive lejos de su familia, con la que tiene un vínculo problemático. Además, es lesbiana, ama el sexo casual y no tiene ninguna intención de conseguir pareja. Es contestaria, rebelde y parece que se cree mil. Sin embargo, al igual que Leighton, no es tan segura de si como parece y, en este caso, proyecta sus traumas en su alcoholismo. Taylor es, entonces, la mitad de la personalidad e historia de Leighton que le falta a Kasey. También, por qué no, podría pensársela como un intento de reemplazante de Alicia con su rebeldía y prepotencia, aunque la parte más politizada de ese otro personaje que se fue se la encajaron a Kimberly.
El cambio de personalidad de Kimberly tiene sentido si se analiza bajo esta idea de “A ver, tenemos que reemplazar al personaje politizado que nos abría la cabeza, ¿A quién mierda le podemos poner ese ingrediente?”. Kimberly ya había mostrado algunos signos de interés en la política cuando organizó la huelga y protesta de los trabajadores de Essex por mejores salarios, además de su obvia admiración hacia la madre de Whitney. Además, su empoderamiento tiene que ver con su deseo de ser abogada y su primer choque con la realidad de que la política y el derecho son ámbitos aún muy dominados por los hombres y, por ende, machistas y hostiles hacia las mujeres. Kimberly tiene que aprender a forjar su carácter y ponerse una coraza para sobrevivir ante estas situaciones, sobretodo si quiere, como ella misma dice, “cambiar el sistema desde adentro”. Sin embargo, hacia el final de temporada, la serie plantea un debate en relación a este punto: ¿es más efectivo mantenerse al margen del sistema y enfrentarlo o buscar cambiarlo desde adentro?
Cuando la universidad organiza una conferencia de un político de ultraderecha, Kimberly se une a la protesta y termina gestando un plan junto a un grupo de estudiantes para impedir dicha charla. Se escabullen y buscan cortar el Internet en todo Essex para que la conferencia no se pueda streamear, pero los agarran y los llevan presos. En una charla con un compañero (que posiblemente se convierta en un interés amoroso la próxima temporada), este le plantea que, quizás, su idea de llegar a la Corte Suprema no sea la única forma de cambiar lo que está mal en la sociedad. Esta lógica es opuesta a la de su profesora e ídola, quien le advirtió que militar tan activamente deja una huella ante los demás que puede afectar su posibilidad de conseguir trabajo en un futuro.
Es un planteo interesante, sin otra respuesta que el hecho de que la decisión es suya. Porque si, cuando uno es abierto con sus opiniones políticas, sobretodo en redes sociales, tiene que entender que esos dichos e ideas que se hacen públicas pasan a formar parte de su marca personal, de esa huella que dejamos en los demás. Y hay personas y empresas a las que no les agrada que sus empleados estén tan metidos en la política, porque no coinciden con los valores e ideales de la compañía o porque temen que perjudique la reputación de la empresa. Lo importante acá y lo que a Kimberly se le plantea es que quizás ninguna de las dos opciones sea incorrecta pero que, sea la que sea la que elija, militar activamente y hacer públicas tus opiniones políticas tiene que ser una decisión consciente de la que asumas sus consecuencias y no algo que “se te escape”.
Decidir es controlar y controlar es tener poder. Y si de control hablamos, alguien que no estaría teniendo mucho control de su vida en esta temporada es Whitney. El giro de trama que hace que su personaje no sea el cliché de la deportista hueca es que, luego de meterse en un seminario de bioquímica para hacerle la segunda a Bela, se da cuenta de que quiere ser científica. Se empieza a matar estudiando para probarse a sí misma y a los que dudaron de ella en un comienzo que puede hacerlo y se planta ante su madre cuando esta le ofrece conseguirle una pasantía diciéndole que ella quiere crear su propia historia y no aprovecharse del nepotismo.
El inicio de un nuevo año académico significa el inicio de una nueva temporada de fútbol y su equipo tiene el desafío de llegar a los playoffs del campeonato. Además, en la nueva camada de primer año hay una jugadora que la rompe toda y Whitney siente amenazado su puesto de delantera goleadora y estrella. Así que al matarse estudiando suma el matarse entrenando, lo que hace que no solo se lesione sino que básicamente no tenga vida, se la pase estresada y desarrolle un trastorno de ansiedad que la lleva a tener insomnio y ataques de pánico. Whitney es la clara muestra de los peligros tanto de la autoexigencia como del querer cumplir siempre con las exigencias que los demás nos imponen. No se puede ser perfecta y quien quiera hacer muchas cosas de su vida tiene que entender que no va a ser el o la mejor en todo.
Nuestro tiempo, energía y atención son limitados y para hacer todo eso hay que saber distribuirlos y entender que, a veces, vamos a sacarnos un 4 o un 7, pero que eso no significa que estemos fallando o haciendo las cosas mal. De hecho, eso es hacer las cosas mucho mejor que si intentamos hacerlas perfecto sacrificando nuestro bienestar en el proceso. La serie introduce con Whitney (y también con la adicción de Taylor) la salud mental, un tema clave de tratar sobretodo cuando se le busca hablar a personas que se están adentrando en la adultez. Cualquier joven que estudie y haga otra cosa aparte de eso como trabajar y/o un deporte o actividad puede y necesita identificarse con Whitney para entender que está bien no poder con todo y que es importante buscar apoyo no solo en nuestros pares sino en profesionales capacitados para ayudarnos. Whitney, en una crisis, deja el equipo de fútbol. Vuelve luego de descubrir que muchas de sus compañeras y otros atletas de Essex tenían los mismos problemas, aunque no sin exigirle a los directivos de la universidad cambios en su forma de tratar a los deportistas. Al igual que Kimberly, Whitney entiende que las cosas pueden ser de otra manera y que esto se consigue plantándose colectivamente ante quien corresponda.
La actividad que más amás puede hacerse de otra forma y esta idea es también parte de la subtrama de Bela. Bela entró a Essex queriendo formar parte de The Catullan, una revista de comedia muy prestigiosa que es un semillero de escritores exitosos que llegaron a SNL (Saturday Night Live), el trabajo de sus sueños. Luego de vivir situaciones de machismo, abuso de poder y acoso sexual por parte de un compañero de la revista, ella y varias de las escritoras mujeres se van y fundan su propia revista de comedia femenina: The Foxy. Bela, con su ambición y carácter, se autoproclama líder y es esa ambición de poder la que le juega una mala pasada. Se va de mambo y termina convirtiéndose en una déspota egocéntrica. Bela tiene ciertos puntos en común con Devi, la protagonista de Never Have I Ever, la otra serie de comedia adolescente de Mindy Kaling. Más allá de su origen étnico, ninguna de las dos es una buena persona y es eso precisamente lo que las hace grandes personajes, personajes realistas. Son humanas y la cagan cuando dejan que sus impulsos, su ambición y sus emociones fuertes las dominen.
Luego de que la echen de The Foxy, Bela entra en crisis y se plantea dejar Essex. Por esa razón, esta temporada la encuentra iniciando el viaje más lindo y transformador de todos: el de conocerse a una misma. Cuando Rory Gilmore deja Yale, parte de su pelea con Lorelai tiene que ver con que esta le dice que si no estudia ahora, después va a perder el impulso y el envión para lograr sus sueños. A esto, Rory responde con la pregunta de adónde la llevaría ese impulso si sus sueños se desmoronaron, si la meta con la que soñó siempre ya no existe porque la vida la cacheteó y la hizo darse cuenta de que no todo era tan idílico y fácil como ella creía y eso la hizo creer que, si ese sueño no era posible tal y como ella lo había soñado siempre, entonces no era posible para nada y ella no servía para lo único para lo que pensaba que era buena.
Fuerte, ¿no? Pero tal y como dice Erin en el final de Derry Girls, otra gran serie de comedia juvenil, “si nuestros sueños se rompen en el camino, tendremos que construir otros con esas piezas”. Ese es el camino de Bela. No es quien ella creía que era. Su vida no es lo que ella había escrito para sí misma. Y le toca entender quién realmente es, en quién se quiere convertir y cómo lograrlo.
Se convierte en consejera de ingresantes, lo que la lleva a conocer a Taylor. A través de ella, Bela logra ser empática y, por primera vez, preocuparse por alguien más que no sea ella misma. Entender que tras las personas que odiamos hay seres humanos con sentimientos y experiencias que no conocemos. Que nadie es del todo bueno ni del todo malo y que ella misma no lo es.
Y vincularse con Taylor también la lleva a vincularse con el mundo queer. En su afán de sacar a Taylor de su loop autodestructivo, trata de buscarle una novia. Cualquiera que vaya a los comentarios de las publicaciones de las cuentas oficiales de la serie en redes sociales va a encontrarse con una sarta de mensajes rogando que Taylor y Bela terminen juntas. Enemies to lovers, el cliché más viejo del mundo. Pero los guionistas eligieron un camino diferente, más original y que vincula el proceso de descubrimiento de su sexualidad de Bela con su proceso con su gran pasión: la comedia. Bela conoce y se siente atraída por el stand up a la vez que conoce y se siente atraída por Haley, la chica que coordina esos shows de comedia muy malos a los que la gente acude a contar sus aburridas historias de vida. Bela encuentra en este espacio y en Haley lo mismo: la libertad. Se da cuenta de que la comedia es un espacio en el que militar esa libertad sexual de la que tanto disfruta y que tan juzgada ha sido por sus parejas masculinas. Convierte sus historias sexuales en un show de comedia que el público (y ella) disfruta.
Sin embargo, en su intento de darnos una historia queer menos dramática, la serie peca de apresurada. Bela descubre su sexualidad, la acepta y sale del clóset con sus amigas y su mamá en el transcurso de 48 horas. Si bien es importante celebrar la inclusión de un personaje orgullosamente bisexual y contar historias queer menos sufridas, a nadie nunca le costó tan poco asumir su sexualidad. El proceso de descubrir que no se es heterosexual es difícil siempre, porque significa lo que a Leighton más le costó: dejar ir lo que ella siempre pensó que era y enfrentarse a que los demás te vean de una manera diferente. Porque sí, nuestra orientación sexual lamentablemente condiciona nuestras experiencias de vida.
Es muy poco realista que un personaje como Bela, que basa su personalidad en lo mucho que le gustan los hombres, asuma tan fácilmente que también le gustan las mujeres. Aún más surreal es que venza tan rápido el miedo a contárselo a sus padres. Los viejos de Bela le hinchan todo el tiempo con que, si tiene pareja, tiene que ser un buen hombre, inteligente, atractivo y si es indio mejor. Quizás al final terminarían comprendiendo que Bela es feliz así, pero es raro que ese proceso le lleve a esa mamá un par de horas y un apretón de manos en el teatro.
Mejor hubiera sido abordarlo como en This is Us, donde a Beth le cuesta en un principio aceptar que su hija Tess sea lesbiana y, para colmo, salga con una persona no binaria. No le cuesta porque sea homofóbica ni mucho menos porque no la quiera. Le cuesta porque, como muchos padres, incluidos los de Bela, ella también se imaginó una vida para su hija, la que le parecía mejor, y sufre el shock de que esa vida no sea lo que su hija realmente quiere para ella misma. A muchos padres, aunque finalmente acaban haciéndolo porque aman a sus hijos y quieren que sean felices, les cuesta dejar ir estas fantasías o entender que lo que creían saber sobre sus hijos no es cierto, que un hijo es una persona aparte con sus propios sueños y deseos. No se sabe cómo se va a desarrollar este tema en la siguiente temporada ni si el proceso será más largo. Pero lo que se vio hasta ahora queda un poco tirado de los pelos.
Sex Lives tiene el mismo miedo que cualquier serie contemporánea a ser cancelada. Las plataformas no se cansan de dejar de renovar series que no rindan tan bien y, tras la partida de Renée, los productores seguramente temieron esto. Quizás esa sea la razón de este atolondramiento, que es EL pecado que comete usualmente esta serie con ciertas subtramas: como el hecho de que Whitney perdone tan fácilmente a Kimberly por comerse a su ex, Canaan, cuando ese fue EL cliffhanger dramático con el que terminó la segunda temporada.
No es una serie perfecta ni intenta serlo y habrá que ver si la renuevan. Pero pareciera ser que The Sex Lives of College Girls logró reinventarse sin su mayor estrella, hacer avanzar a sus otras tres protagonistas con subtramas interesantes que las dejan brillar e incorporar personajes que traen sus propios condimentos a la historia.
Quizás la clave, después de todo, era saber mandar a alguien a la mierda, pero con gentileza.